Por Jesús Alberto Rubio
Hoy, solo Karim.
Un bello y sensible mensaje de un gran pelotero.
Un contenido profundo, con mucho mensaje y amoroso a su padre, hijo, esposa, con expresión mucho más allá de la estadística, como bien lo relata.
Y así se lo dije ayer: En verdad me emocionó mucho; gracias por compartir este mensaje… mañana temprano lo tendrá el universo que rodea a Al Bat y ahora a esta gran Serie Los Grandes Momentos.
Gracias Karim.
Mire usted:
“Hay tantos momentos bonitos en la carrera de un jugador que sería difícil mencionar dos nada más. Podemos comparar esta elección con la que tendría que hacer uno de esos matrimonios de antes, de toda la vida, de solamente dos fotografías de toda su historia.
La carrera de un pelotero es una segunda esposa, con quién a veces se viven momentos no tan buenos, pero los inolvidables terminan siendo más de dos. Vamos a intentarlo de todas maneras.
Quién esto escribe tuvo la inmensa fortuna de jugar serie mundial, de ganar campeonatos en México en ambas ligas y también de conquistar siendo parte de equipos de todos estrellas en el Caribe.
No sólo es estadística
Usted puede elegir de todos los números que puede consultar en Baseball Reference los que más le gusten y mejor le parezcan. Lo que voy a hacer es algo donde la estadística es eso, números puestos unos sobre otros y que jamás dirán ciertas cosas que se miden no con la calculadora, sino con el corazón.
En este ejercicio en que me han hecho voltear sobre mis hombros y recorrer con la vista y el alma 30 años entre rayas, postes y almohadillas, podría decir que el momento que más aprecio es el campeonato del 2007 con Sultanes de Monterrey.
Seguramente varios se quedarán extrañados siendo que en su opinión pude haber tenido logros de mayor lustre en mi carrera.
Aquí van los motivos de Karim García, de la persona, no del jugador que Usted busca en Wikipedia o en páginas de estadística.
Yo jamás había jugado hasta ese momento en LMB; mis derechos de retorno pertenecían a Diablos Rojos del México y en ese 2007, Sultanes hizo la apuesta de hacer un cambio con el equipo escarlata, que lo buscaba habiendo posibilidad de que para que esto se viera en el campo pasara algún tiempo.
No sabía la directiva tampoco si tenía interés en reportar o no, así que estando en campo de entrenamiento con Philadelphia, de inmediato me llamó Roberto Magdaleno.
Amable y conocedor de su oficio, me comunicó que ellos tenían mis derechos y me ofreció con esa maestría para lo suyo que si no me quedaba en el equipo Grande de Philadelphia, siempre tendría las puertas abiertas para jugar en Mexico con ellos.
Su poder de convencimiento hizo que le respondiera que sí, pero no sólo eso. Quise decirle, siendo innecesario, por qué tenía interés, pues al principio no creyó que hubiera sido tan sencillo convencerme. Le dije era un reto para mi jugar donde mi padre jugó y donde nunca había estado yo.
Le dije que quería tratar de superar lo que él había hecho en la Liga Mexicana.
Todos hermanos y campeones
El equipo venía de un 2006 en que habían arañado el campeonato y fueron sorprendidos por los Leones de Yucatán, en una final en que mucho se habló de poca armonía en el vestidor.
El 2007, dirigidos por Félix Fermín, tuvimos una aplanadora donde fuimos todos como hermanos. No todo en un equipo son los nombres. Cuando los hombres no quieren o no están a gusto, no importa cómo se llamen. En aquella ocasión todos éramos tocayos y nos llamábamos EQUIPO.
Mi Padre, Francisco García todavía estaba en este mundo. Poco antes de comenzar los play off y sintiendo esa atmósfera tan especial, conversé de eso con él. Leí en sus ojos la nostalgia de tiempos idos ya, de cuando a él le tocó vivir esa armonía en varios momentos de su carrera con quienes fueron sus compañeros.
No lo pensé dos veces y le pedí que me acompañará durante los play offs, como cuando de niño lo hacía en muchos torneos. Sabía que éste sería especial para los dos. Y sí, también sabía que podía ser el último.
Quise, sin decírselo, regalarle el vivir una última vez esa magia.
Paso a paso vivimos los play offs y esas cenas después de cada juego eran interminables. Escuchaba a mi padre revitalizado, volviendo a su juventud, pero ya con una experiencia impresionante.
Un padre cariñoso
Era al mismo tiempo el padre cariñoso que le hablaba al niño de ligas pequeñas y el instructor recio que le hablaba al pelotero profesional olvidándose del parentesco.
Las rondas de postemporada fueron pasando y de nuevo llegamos a la final contra los Leones de Yucatán.
Aquí se sumó un ingrediente complicado: Mi bebé de semanas de nacido tuvo que ser hospitalizado en los Estados Unidos.
Esas son de las encrucijadas más difíciles en la vida de un pelotero.
La decisión la tomé conversando con mi viejo. Era simple, pero bien dura. No siendo médico, poco podía hacer por él estando allá, en cambio, aquí tenía que cumplir con un deber y podía ser más útil en lo que sí sabía hacer.
No es fácil explicarle eso a una madre y menos aún que lo entienda. Tampoco es sencillo quedarse y aun sabiendo jugar béisbol, tener cabeza para jugarlo en esa circunstancia.
Ahí entró de nuevo el veterano García, a mover con sus palabras para que descargara toda esa ansiedad y ese coraje en cada swing y en cada tiro desde el jardín, en tomar la base extra, en dar el ejemplo y ser factor de unión en el vestidor.
Sin él ahí, no sé qué hubiera pasado, pero seguramente la historia habría sido muy diferente. Tuve la fortuna de que Dios me iluminara para convertir un caudal de emociones negativas en resultados positivos.
Fue así que Dios, por conducto de mi padre, me condujo a tener una final en que pude destacar y contribuir.
Cayó el último out, vino el abrazo colectivo de la victoria, la cerveza y la champaña en el vestidor. Me costó trabajo contener las lágrimas cuando me encontré con mi padre. Acerté a quitarme la medalla que me habían dado. El la merecía más que yo y quise dejársela como testimonio y dedicación no solamente de ese momento, sino de toda mi carrera, a él como padre, como hombre y como instructor.
A él también le costó trabajo contener el llanto. Nos fundimos en un fuerte abrazo, quizá el más memorable que jamás nos dimos.
Por eso, el momento que aquí relato supera a cualquier otro.
Lástima que la sabermetría no pueda ni sepa medir eso, que también influye en los campeonatos.
Si lo duda, pregunté a dos que de esto saben un rato y lo demostraron teniendo un inmenso detalle, que también atesoro en el rincón de lo inolvidable. Al año siguiente el Sr Pepe Maíz y Roberto Magdaleno, que de intangibles conocen y de bonhomía un poco más, le dieron a mi padre su anillo de campeón.
Ese fue el último campeonato en que estuvo presente y contribuyó enormemente Francisco García en la Liga Mexicana de Béisbol.
Y sí, de esa contribución no hablarán ni las estadísticas ni la Enciclopedia de Trato Cisneros.