“Gobernadora con A: crónica desde el borde de una puerta que por fin empieza a abrirse”

 



Por Angélica Cristiani


Hay momentos en la vida pública que no se sienten como actos políticos, sino como pequeños sismos del alma. La comparecencia de Rocío Nahle (vista desde mi exilio no voluntario del chat oficial de prensa porque sigo ghosteada, habitando ese limbo tecnológico donde una profesional puede quedarse esperando meses como si pidiera audiencia con el oráculo) tuvo ese efecto inesperado. Una vibración suave, un eco que no venía de las cifras, sino del gesto: una mujer plantada, firme, reclamando su sitio en un escenario históricamente negado para nosotras.

Me gustó verla así. No me avergüenza decirlo. Aunque haya mucho que aún no comprenda de su estilo político, aunque Comunicación Social me mantenga en la lista de espera más larga del universo, aunque a veces me quede mirando ese gobierno como quien observa un mapa escrito en dialecto marciano. Hoy no quiero hablar de esos desencuentros. Hoy quiero hablar de lo que sentí: un estremecimiento antiguo, una emoción heredada de nuestras abuelas, de las que empujaron puertas que no abrían, de las que caminaron sin nombre por las veredas de la historia.

Sí, al inicio me desilusioné. No porque se extendiera 14 minutos más del formato establecido, sino porque sigo buscando el punto exacto donde puedo comprender su brújula política. A veces la hallo; a veces parezco perseguirla como si fuera un wifi intermitente en el Congreso.

Pero esta vez hubo un matiz distinto: la gobernadora habló con firmeza, y yo, desde mi exilio comunicacional, la sentí plantada. Dueña de su voz. Una mujer defendiendo su trabajo frente a un aparato que históricamente ha sido configurado para no dejarnos hablar demasiado, para no dejarnos sonar demasiado, para no dejarnos existir demasiado. Y, francamente, qué gusto da ver al viejo andamiaje machista acomodarse incomodísimo en su silla cuando tiene que decir “la gobernadora”. Con A. Aunque les arda la lengua o el ego. Un coro de mujeres que reconfigura la sintaxis del poder.

Hoy celebré. No desde la ingenuidad, sino desde la entraña. Desde el lugar donde se juntan la crítica y la esperanza, el dolor y el deseo, el dato duro y la memoria suave. En este tiempo, cuando por fin nos llaman presidentas, magistradas, auditoras, alcaldesas, diputadas… hay algo más profundo sucediendo: estamos nombrando lo que siempre fuimos, pero que no nos dejaban ser. Porque sí: es cierto que aún nos falta un mundo. Pero también es cierto que ese mundo ya empezó a moverse.

Podemos otorgarnos este momento. Un instante para mirar alrededor del paisaje político y notar algo que no es menor: el poder en México, en Veracruz y muy pronto en Xalapa, tiene rostro de mujer. Claudia Sheinbaum, presidenta; Rocío Nahle, gobernadora; Daniela Griego, próxima alcaldesa de Xalapa; Rosalba Hernández Hernández, magistrada presidenta del Tribunal Superior de Justicia del Poder Judicial; Delia González Cobos, auditora del ORFIS; Verónica Hernández Giadáns, aun fiscal general; Naomi Edith Gómez Santos, presidenta del Congreso local. No es una lista: es un mapa político que, al menos en apariencia, ya no se lee en masculino, aunque les cueste trabajo aprender que las vocales también son territorio político. Un país, un estado, una ciudad gobernada por mujeres. Nunca antes habíamos visto un horizonte así. No es una moda: es un parteaguas.

Y entre todas, brilló Naomi Edith Gómez Santos. A veces tímida, a veces silenciosa, pero en ese momento… en ese momento habló como si cargara en su garganta la memoria de miles. Su discurso no fue un cierre: fue un hechizo. Su intervención, más que un decorado institucional, funcionó como un espejo emocional del momento que vivimos: ese pequeño temblor colectivo que anuncian las transformaciones verdaderas. Un recordatorio de por qué estamos aquí, de por qué seguimos. Dijo “gobernadora con A” con un filo poético que atravesó el recinto. Dijo que este momento rompe un techo y una herida. Y tiene razón. 

Lo que brilla no borra lo que duele, la alegría no impide la crítica. Ni la emoción borra la estadística. Veracruz sigue siendo uno de los estados con más feminicidios, según el SESNSP.

Las desapariciones de mujeres persisten: más de una por día en algunos meses, según el Observatorio Universitario de Violencias.

Solo 7 de cada 100 delitos se denuncian.

Las Alertas de Violencia de Género no han logrado contener la ola.

La impunidad sigue siendo un animal feroz.

Los tendederos de deudores alimentarios crecen como hongos ante la incapacidad del Estado para garantizar justicia familiar, por mucho que se les niegue la licencia de conducir.

El presupuesto para igualdad no ha crecido con la urgencia que demandan las calles.

La realidad no se maquilla. No debería. Las mujeres en el poder son un progreso histórico, pero no pueden, no deben, ser un decorado.

La nueva integración del Sistema Estatal para Prevenir, Atender, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres ofrece un hilo de fe. No porque los nombramientos sean mágicos, sino porque las cinco mujeres elegidas desde la sociedad civil y la academia traen consigo algo vital: conocimiento, trayectoria y memoria.

Si se les permite trabajar sin interferencias, podríamos ver por primera vez un sistema que no simule, sino actúe.

Porque el Estado construye estructuras, sí, pero las mujeres hacemos tejido. Y eso, históricamente, ha sido más resistente. Los techos de cristal caen, pero los sótanos de violencia siguen llenos. Y ahí estamos nosotras, intentando reconstruir mientras avanzamos.

Las preguntas que arden bajo la piel

¿Podrá este tiempo de mujeres tumbar los pilares de la violencia que nos atraviesa hace generaciones?

¿Podrá el poder femenino transformar las instituciones sin convertirse en ellas?

¿Será posible una sororidad política real o seguirá siendo un discurso que se invoca más de lo que se practica?

¿Nos dejarán avanzar sin zancadillas internas, sin egos heridos, sin vendettas masculinas camufladas?

¿Y, pregunto por mera salud democrática, cuándo me meterán al chat oficial de Comunicación Social? Una tiene límites, pero también paciencia. A veces.



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