"Veracruz: ¿Un cambio cultural en serio o sólo un espejismo?"



Por Miguel Ángel Cristiani G.

Cuando Xóchitl Molina, Secretaria de Cultura del Gobierno de Veracruz, abrió el "XXIX Festival Afrocaribeño" con una frase rotunda —“En Veracruz ya no más racismo, ni clasismo”—, el eco de sus palabras sonó como un desafío directo a las estructuras históricas que han marcado la identidad social y política del estado. De fondo, la reciente entrega de la Medalla “Gonzalo Aguirre Beltrán” a la historiadora María Luisa Herrera Casasús, un acto simbólico de reconocimiento al trabajo incansable de esta mujer en la proyección de la afrodescendencia, sumó un sello de esperanza a las afirmaciones de Molina. Pero, en el fondo, ¿es posible que esta afirmación de lucha contra el racismo y el clasismo no sea un simple eslogan vacío, sino el principio de una verdadera transformación cultural?

Las palabras de Molina resuenan en un contexto que, en muchos sentidos, sigue siendo profundamente marcado por las divisiones sociales y raciales. Veracruz, tierra que fue el puerto de entrada de las primeras comunidades africanas en el continente, ha sido durante siglos el escenario de una compleja interacción de razas, pero también un campo fértil para la discriminación y el olvido. Si bien es cierto que la afrodescendencia ha jugado un papel fundamental en la construcción de la cultura veracruzana, su reconocimiento como un pilar fundamental de la identidad estatal ha sido históricamente marginal.

El evento cultural, llevado a cabo en la emblemática Capilla del Centro Cultural del Ex convento Betlehemita, no solo rememora el pasado, sino que también pretende proyectar al futuro una visión inclusiva y diversa de Veracruz. La alcaldesa electa de Veracruz, Rosa María Hernández Espejo, destacó que este tipo de festivales representan el reconocimiento de la “tercera raíz” de Veracruz, esa que durante tantos años estuvo relegada al olvido. En este sentido, el evento se convierte en un acto simbólico poderoso, pero también en un recordatorio de que la historia de los pueblos afrodescendientes no debe ser una anécdota ocasional, sino un eje central en la construcción de una narrativa común para el estado.

Lo que se ve como un avance cultural, sin embargo, no está exento de sus contradicciones. Si bien es innegable que la Gobernadora Rocío Nahle ha apostado por la cultura como un eje prioritario de su administración, uno se pregunta si esta atención se mantendrá más allá de los eventos protocolares y las fotos de portada. Xóchitl Molina ha logrado que su Secretaría de Cultura se convierta en una de las más activas y visibles, pero ¿será esto suficiente para generar un cambio real y duradero en la mentalidad colectiva de los veracruzanos? ¿O acaso estamos ante un despliegue de simbolismo vacío, en el que las promesas se desvanecen tan pronto como termina el último aplauso?

Este escenario no puede ni debe entenderse únicamente como un acto aislado, sino como parte de una tendencia mayor, una encrucijada cultural que Veracruz enfrenta en este momento. El reconocimiento a figuras como María Luisa Herrera Casasús es un paso positivo y necesario, pero también una llamada de atención. Si el gobierno estatal no logra articular una política cultural inclusiva, que trascienda más allá de la clase política y se adentre en las raíces más profundas de la sociedad veracruzana, las buenas intenciones seguirán siendo solo eso: intenciones.

La Medalla "Gonzalo Aguirre Beltrán" entregada a Herrera Casasús es un acierto innegable, pero también una invitación al compromiso genuino. Es hora de que Veracruz, en su historia y diversidad, deje de ser el escenario de una cultura mestiza idealizada y pase a reconocer su complejidad, donde los afrodescendientes, los pueblos indígenas y las clases populares ya no sean meras sombras en el relato oficial.

El futuro cultural de Veracruz depende de la capacidad de su gobierno para transformar la retórica en acción concreta. Ya no basta con los discursos; es hora de que los cambios lleguen de verdad. Y eso, Xóchitl Molina, no lo detiene nadie... a menos que, como ha ocurrido tantas veces antes, el paso se afloje cuando más se necesita.

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