El diálogo es la única forma de acceder a la convivencia entre los que piensan distinto o, al menos, que crean pensar diferente. No siempre hay tanta distancia entre lo que se ve o se cree ver, entre lo que se dice o se opina y entre lo que se piensa y se hace.
Muchas veces la distancia es artificial. Sin diálogo no hay civilización. Es la base de la comprensión y el respeto. Cuando únicamente se reafirma la idea previa, no hay apertura ni conocimiento nuevo.
Es muy difícil, casi imposible, avanzar en la comunicación sin tolerancia. Es más fácil descalificar, desconocer y odiar. Sea real o supuesto.
No hay exclusividad de colores partidistas en la exclusión y las posturas polarizantes. Se necesita una gran voluntad para encontrar coincidencias, igualmente son indispensables los hechos y los datos. En poco o mucho nunca hay que dejar de insistir en abonar con actitudes tolerantes y puentes de diálogo. Tal vez no luzcan ni atraigan aplausos, pero es indispensable mantener la calma y anteponer la decencia. Totalmente en sentido contrario a la palabra fácil y proselitista, la interesada y sin convicción.
Las carreras politicas y en general que se construyen en el protagonismo rijoso son normalmente huecas y nocivas. No hay lugar para el desánimo. No es indispensable optar por el blanco o el negro. Hay muchos colores como hay muchas opiniones, como hay datos múltiples.
No es fácil comprometerse en los matices, en los tonos que no deslumbran, en las opiniones que requieren reflexión; no luce mucho y puede estar ayuno de aplausos. Es vital para la salud de nuestra vida pública, a cualquier nivel, sostener posturas con criterio propio, resistir al seguidismo y aportar a la libertad valentía y oxígeno racional.
