Todos Santos y Fieles Difuntos


 Uriel Flores Aguayo 

Será la edad con sus experiencias y conocimientos, será la madurez ineludible o una mayor capacidad de sorpresa. Lo que sea, pero nos deslumbran las actividades entre solemnes y festivas de estas fechas. 

Altares, pan, chocolate y tamales son parte de nuestro ambiente. El clima frío envuelve los recuerdos de los seres queridos. Tan solo pensándolos nos comunicamos y convivimos con nuestros difuntos: santos, fieles y entrañables. 

A la tradición de siglos, a las costumbres sólidas y eternas se unen y le dan una dimensión social actualizada la película del 007 filmada por ahí del 2013 y la película COCO. 

De ahí vienen los desfiles, las tiernas imágenes y las canciones que dan tanto colorido y plasticidad a las actividades de estos dias. Han significado un ascenso cultural, con incidencia directa en la niñez y la juventud. Tenemos disfraces y adornos en las casas y las calles, en escuelas, parques, antros y plazas comerciales. 

Me parece que son las festividades y rituales más extendidas y participativas del año, más aun que la navidad. Es una breve temporada mágica. 

Cerrando los ojos aparecen tenuemente nuestros padres fallecidos en nuestra mente, los vemos en las fotos y los imaginamos tal como eran, compartimos sus comidas preferidas y nos quedamos con ese aroma de las flores que es el perfume de los visitantes del cielo. 

También los vemos en los rostros pintados de las niñas y los niños, jugando felices con sus delicadas caracterizaciones; son catrinas y catrines, vampiros y payasos. 

Son tiempos de misterio y fiesta, de hospitalidad, de reencuentros, de flores y comida. El altar pasea en los panteones, le comparte flores y veladoras a las tumbas. 

Cada vez más también se vistan nichos de cremados. Los panteones son festivos, hay música y convivencia; ahí se come, se reza y se canta. No es posible rechazar el halloween, se adapta a lo nuestro y hace las delicias de niños y jóvenes; no todo tiene que ser solemnidad. 

Cuando llegan estas fechas nos instalamos en modo nostalgia y evitamos el vacío espiritual. Desde la fe o el escepticismo no se puede ser ajeno a la maravilla de sentir a nuestros seres queridos, a creer que nos visitan desde el más allá, desde otra dimensión y desde el cielo. Abrazando lo espiritual somos más humanos.

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