Roberto Ramos Trujillo “El Tigre Famélico” e ICTU.
Hacia el mes de octubre de 1956, en un astillero del puerto de Tuxpan, una cuadrilla de hombres trabajaba a marchas forzadas, prácticamente sin un respiro de tregua, día y noche, con el propósito de reparar y resarcir las averías de un yate.
Por esos días se distinguían signos en el cielo, en el aire y en la conducta de los animales, que presagiaban la temporada de tormentas, y las maderas de la misma nave anticipaban la inminencia de un aciago fragor; esto lo debieron percibir las venas de los brazos que le reparaban. La persona que los había contratado realizaba apariciones más bien furtivas, envuelta en un riguroso hálito de discreción casi de índole marcial, a fin de cerciorarse a detalle de la manera en que evolucionaban los trabajos. El celo inquisidor del escrutinio era una señal indubitable de que la nave zarparía pronto, no obstante los signos ominosos de advertencia cifrados en el firmamento.
Debido al ciclón ocurrido en el año de 1955, la embarcación quedó particularmente deteriorada, pues se había hundido, y se embadurnó de fango, como que se impregnó del espectro del letargo submarino, entonces había que resucitarle su dignidad elemental. Sobre todo se empeñaron en la diligencia de reparar el casco, y con extremo cuidado calafatearon el fundamento de la nave con tiras de algodón y estopa alquitranada, y también gruesas plastas de mastique.
Prácticamente con el fragor de los martillazos, de las voces y de la transpiración de la corteza de la frente aquellos hombres transubstanciaron parte del tesón de su espíritu en la escueta arquitectura de la nave.
Asimismo corrigieron problemáticas mecánicas acendradas en el motor, repararon el clutch, ampliaron la capacidad de los tanques para el abastecimiento del combustible, e incluso ampliaron lo más que fue posible el espacio interior para la tripulación. En efecto, al yate le extirparon todo signo de ornato y abalorio.
A medida que se aproximaron al objetivo de la plena restauración de las facultades para navegar, en los instintos de los trabajadores, se despertó una afinidad casi orgánica hacia el yate y hasta un compañerismo existencial pues cada vez fue más nítido que el destino ineluctable de aquella pequeña nave era hendir las cortinas de las tormentas que se desencadenan en el Golfo y en el Caribe.
Terminaron extenuados, en la fecha estipulada prácticamente con precisión milimétrica; les pagaron sus emolumentos con puntualidad generosa y con dinero efectivo, contante y sonante, pues cada peso se lo ganaron con el sudor de su frente. En su libro, “El Cuate” Conde, anota que cada fin de semana acudía para pagarles.
Como era la costumbre natural celebraron después con fervor gremial. Y entonces, dos semanas más tarde, aproximadamente¸ se enteraron por las noticias de la radio que había estallado la revolución armada en Cuba, con el desembarco de una tropa de guerrilleros que sortearon los huracanes del Golfo y del Caribe a través del yate Granma, que había zarpado a la mala del puerto de Tuxpan y alcanzaron una orilla de espesa ciénaga en la isla y que casi fueron exterminados a sangre y fuego por el ejército de Batista.
Uno de los carpinteros de ribera que trabajaron en la reparación del yate Granma, fue Pedro Lozano Rodríguez, originario de San Luis Potosí, nació en 1917 (tiempos de Venustiano Carranza) y muy pronto fue trasladado a Tampico. Sus padres fueron Anastacio Lozano Juárez y Concepción Rodríguez Blanco.
Debido a la inopia de las circunstancias, Pedro se vio en la necesidad de trabajar desde muy temprana edad para ganarse el pan cotidiano de la vida.
Laboró en la venta ambulante de tamales, vendió globos los domingos en el parque y también deambuló en la venta de periódico; debió tener entre 11 y 15 años cuando en el país se vivió la guerra cristera. Sabemos, asimismo, que en 1926, entró por Tampico la refresquera Coca Cola, en tiempos de Plutarco Elías Calles.
Como pudo Pedro Lozano se abrió paso para laborar en los astilleros. En algún momento se vio envuelto en una tremenda trifulca con un cuñado; al parecer atacó o se defendió con un martillo y de ahí se deriva el cálculo de que para entonces ya trabajaba de carpintero. Debido a esta riña confinaron a los dos rijosos un ratito en la cárcel.
El 21 de diciembre de 1946 Pedro Lozano contrajo nupcias con Juana Medrano Valenzuela, y con este sacramento funda la familia Lozano Medrano, y emigra hacia Poza Rica y posteriormente al puerto de Tuxpan, en Veracruz.
Su primera hija nació ya en el puerto de Tuxpan en marzo de 1948 y la bautizaron con el nombre de María de Lourdes. Después nacería José Arturo. El tercer hijo fue Carlos. Siguieron Gilberto, Juana Delfina, Jorge y Gustavo. Siete hijos en total. Actualmente viven Carlos, Gilberto y Gustavo.
De uno de los veneros de la Sierra Madre Oriental, en Huautla Hidalgo, brota una corriente de agua diáfana que más adelante ya amerita el nombre de Pantepec, y avanza, se robustece con la inercia, serpentea, horada laderas, se nutre de la lluvia, se dilata, refleja el firmamento y finalmente, junto con el otro afluente, el Vinazco, se convierte en el río Tuxpan. Es muy difícil que al contemplarlo no se produzca un magnetismo de alguna manera enigmático en nuestras voliciones aquilatadas en recónditos instintos y que al contacto de la fibra óptica parecen reconocerlo más allá de las edades.
Regularmente es apacible la corriente del río Tuxpan, aunque en ocasiones, por el exceso de lluvias, río arriba se torna impetuosa su corriente, y estas aguas ya fueron apreciadas por la mirada de María de Lourdes, la hija recién nacida de Pedro Lozano y Juana Medrano.
En un principio Pedro trabajó en el taller de don Apolonio Guevara, primero en Tampico y de ahí se trasladaron a Tuxpan; empezó barriendo el piso de la oficina, ayudó de una u otra manera en todas las faenas esenciales, paulatinamente fue aprendiendo y escalando el oficio específico de la carpintería de ribera, sobre todo para realizar reparaciones y enmendar averías en los chalanes; los chalanes son las embarcaciones rectangulares que sirven para transportar a los vehículos automotores y también a las personas, de un lado al otro del río.
A medida que Pedro ahondó sus raíces, cada vez fue siendo más participativo en actividades de índole comunitario, como por ejemplo en la organización de las peregrinaciones de la capilla de la Santa Cruz hacia la Parroquia.
En una ocasión, en una junta de padres de familia, solicitó la palabra para expresar un determinado punto de vista. Mientras articulaba su voz, extravió de pronto el hilo de la idea y se quedó afásico, callado; entonces explicó que se le había ido la onda y se sentó. Por supuesto que todos los de la asamblea rieron en coro. Continuó su curso la asamblea y de pronto Pedro anunció que había recuperado la onda, el hilo de la idea y quería de nueva cuenta hacer usos de la palabra, y claro que volvió a producirse la sonrisa generalizada.
Cuando los hijos crecieron, don Pedro determinó invertir en el futuro con el talento de sus hijos y los mandó a estudiar a la ciudad de México, y él prácticamente se quedó sólo en Tuxpan. Arturo, el hijo mayor, ingresó en la escuela Juan de Dios Bátiz, en el Politécnico, en tanto que la hija, María de Lourdes, se puso a estudiar enfermería. El tercer hijo, Carlos, se dedicó al estudio de la computación electrónica; fue el único que siguió, los estudios porque los otros se regresaron requeridos para ayudar.
Todo parece indicar que la salud de don Pedro se le empezó a deteriorar allá por el año 1967 en que se echó encima la responsabilidad de coordinar el destino del astillero ya como cooperativa en mitad de un contexto de extrema inestabilidad en el mercado. Sobre todo influyó en su salud la periódica coyuntura de librar el compromiso del pago de la nómina de los compañeros, un ejercicio delicado y de mucho peso y de una tensión extenuante. En efecto, se recuerda con aciaga nostalgia que por ese tiempo contrajo la fatal problemática de la diabetes.
Sabemos que en el año de 1975 don Pedro adquirió un barco camaronero. En aquel tiempo estas naves estaban pintadas de color amarillo, y vistas de verde bandera. De alguna manera resulta significativo que este barco ostentaba el nombre de Princesa del Golfo VI.
Posteriormente adquirió el Muni y el Tres Grandes II. Finalmente en el año de 1982 don Pedro vendió los barcos al gobierno, por razones ideológicas de este último.
Su tercer hijo, Carlos Lozano, retornó a Tuxpan en 1979, ya casado y con una niña de un año y cuatro meses: Mariana.
Hacia el año de 1994 falleció Pedro Lozano, a los 76 años de edad; precisamente dos años antes había fallecido su esposa, Juana Medrano Valenzuela.
Aquel año de 94 fue de mucha inestabilidad porque en el mes de enero en Chiapas surgió una guerrilla que desafiaba con armas y elocuencia cáustica el orden federal. Meses después, en Tijuana sería acribillado el candidato del PRI a la presidencia, Luis Donaldo Colosio.
Uno de sus hijos, Carlos Lozano, siempre recuerda que tuvo oportunidad de hablar de muchas cosas con su padre, pero que nunca le escuchó mencionar el pasaje donde a marchas forzadas se reparó, en el astillero de Santiago de la Peña, el yate Granma, que habría de escalar la categoría de la leyenda. El caso a considerar en esta convergencia de referencias es quedon Pedro estaba vivo cuando Fidel Castro visitó el puerto de Tuxpan en el año crucial de 1988. En aquel tiempo el comandante vino a México precisamente invitado por Carlos Salinas de Gortari, a la ceremonia republicana donde asumiría formalmente el cargo del ejecutivo, es decir, la presidencia de México. Es casi seguro que el veterano carpintero de ribera haya considerado en la intimidad de su pensamiento que de nueva cuenta se volvían a encontrar, y que ahora aquel guerrillero de 1956, regresaba envuelto por un prestigio de leyenda.
En esa época se desató un gran escándalo en las planas principales de la prensa debido a un presunto fraude electoral perpetrado contra la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas, el hijo del general Lázaro Cárdenas, que tanta ayuda brindó a la revolución cubana.
En tanto que en el plano internacional los cimientos de la ideología materialista de la Unión Soviética se desdibujaban y retornaban a su nido en la abstracción doctrinal de donde salieron. En aquella tremenda coyuntura geopolítica los soviéticos desempeñaban el papel de ser los principales aliados de la Isla comunista en el Caribe, de tal suerte que en el horizonte inmediato del pueblo cubano se asomaban los signos ominosos de tormentas políticas y económicas de pronóstico reservado.
También en este año paradigmático de 1988 el escritor Gabriel García Márquez publica en la revista Proceso de Julio Scherer, en la ciudad de México, un nítido retrato en prosa del líder histórico de la revolución cubana.
En ese pormenorizado escrito, de una elocuencia subyugante, el eminente fabulador colombiano llega incluso a describir hasta el instante mismo en que empezaba a germinar una idea determinante en el cráneo megalópsico del comandante.
Y en aquellos momentos, a diez años de haber iniciado su pontificado en Roma, Juan Pablo II había influido de manera decisiva con las ideas de sus encíclicas en el espectacular desmantelamiento del bloque comunista en la Europa del Este. De hecho, para decirlo todavía con mayor precisión, en aquella fecha de 4 de diciembre de 1988, que es cuando Fidel visita Tuxpan, faltaban solo tres años y cuatro días para que se disolviera el ensamble de la Unión Soviética. Y diez años después, en 1998, Juan Pablo II realizaría una visita apostólica a Cuba, desafiando el bloqueo comercial impuesto por Washington.
Todos estos datos históricos que ahora apuntamos, quieren decir, si los apreciamos en su justa perspectiva, que cuando el Comandante Fidel Castro visita Tuxpan, otra vez, como 32 años antes, en noviembre de 1956, es de nuevo asediado por el espectro de tormentas, amagado por acerbas y ominosas vicisitudes.
Fidel Castro figuró entre los invitados especiales en la ceremonia donde Salinas de Gortari era declarado formalmente presidente de México, el primero de diciembre. Tres días después se presenta en el puerto de Tuxpan, robusto y ataviado con su clásico uniforme verde olivo y su típica gorra de campaña.
En esa otra ceremonia en aquel puerto veracruzano, se inauguraba el Museo de la Amistad México Cuba, en Santiago de la Peña, perteneciente al municipio de Tuxpan.
Es muy importante apuntar que este Museo está emplazado muy próximo a las márgenes del río. Aquella fue la casa que adquirieron los cubanos en el año de 1956, pues para venderles el yate les pusieron de condición que también tenían que adquirir la casa. Al parecer Fidel nunca vivió ahí, pero los pobladores del lugar le ha conocido siempre como la casa de Fidel.
En su discurso de aquel 4 de diciembre Fidel hizo un recuento pormenorizado de las circunstancias adversas que le rodearon cuando zarparon a la brava de Tuxpan. Se dice que zarparon a la mala porque había norte y las autoridades prohíben las navegaciones en ese escenario.
Fidel y sus guerrilleros aprovecharon la tormenta para embozarse en la espesura de esa tiniebla y partir hacia la liberación de Cuba.
Poco antes de pronunciar su discurso se produjo un pequeño incidente que abrió un resquicio en el hermético protocolo de seguridad. Una mujer mexicana, ágil y como arrebatada de súbito por el hálito de la clarividencia, tomó con su puño un ramo de flores, que eran parte del umbral del decorado, y semejante a quien sostiene una fúlgida antorcha heráldica, pidió a la guardia pretoriana que le franqueara el paso para entregar aquel próvido obsequio al Comandante. El inexpugnable bloque compacto de hombres fornidos que rodeaba al mandatario cubano titubeó un instante, amagado por una voz femenina, pero esto es que el que mandaba despejó con celeridad la duda y accedió a la petición de aquella mujer no identificada. Se abrió entonces el resquicio en aquel témpano humano y ella, con pasos ingrávidos de naturaleza celeste e iluminada con la antorcha policromática del reino vegetal, camino hacia Fidel. Nadie se dio cuenta, ni siquiera ella misma, que por unos cuantos instantes de ese efímero trayecto, literalmente levitó.
Una vez que hubo terminado su discurso, el Comandante se dirigió a apreciar el espacio asignado a la réplica fiel del Granma que el gobierno cubano le había obsequiado al mexicano. Al momento de retornar, rodeado de una nutrida comitiva, hacia la Casa Museo de la Amistad México Cuba, reconoció entre la multitud a la mujer que le había obsequiado el arreglo floral y le brindó a la distancia un saludo elocuente con la palma abierta de la mano enorme con que guiaba el destino de su patria.
Arrebatada por el signo de aquella deferencia, la mujer al momento de retornar al interior del patio del Museo de la Amistad México Cuba, le pidió al Comandante que le regalara su emblemática gorra de campaña. La petición fue formulada con nitidez y espontánea naturalidad, sin embargo ella recordaría años después que en el lapso que duró un segundo apenas, su mente se erizó y multiplicó en interrogantes sobre qué pedirle al personaje. Fidel le respondió que era la única que llevaba y que tenía pendiente cumplir todavía con algunas faenas, pero que sus asistentes le tomarían sus datos, y más adelante con todo gusto se la enviaría. En ese momento salió de la nada un atingente edecán, prácticamente materializado por la voz de Fidel, el cual se aproximó a la mujer y libreta en mano le solicitó sus datos. De esta manera se enteraron los cubanos que la mujer se llamaba Hilda Lucia Bravo Bonilla, aunque anotaron el segundo apellido como Morrilla. De lo que en ese momento era prácticamente imposible enterarse, es que ella era la esposa de Jorge Lozano Medrano, o sea, elhijo de don Pedro Lozano, o sea que sencillamente la mujer, Hilda, era la nuera de aquel carpintero de ribera que en el año de 1956 intervino en la reparación del Granma.
Algunas personas con un guiño típico de sospecha, propio de un país escarmentado por la demagogia sin frenos, estimaron de inmediato que el gesto de solicitarle los datos personales mediante un secretario diligente era en realidad un recurso meramente coreográfico, para eludir, con una especie de verónica taurina, la petición de obsequio.
Por supuesto resultó infundada la sospecha, porque en la Semana Santa del año siguiente, unos heraldos del Comandante se presentaron con toda formalidad en el domicilio que proporcionó la mujer mexicana, específicamente para hacerle entrega de la gorra de campaña que solicitó.
Ocurrió que precisamente por esas fechas, Hilda Lucía Bravo Bonilla, se encontraba de viaje con sus tres hijos; Hilda, Jorge y Roberto, visitando a sus papás, pues ella es oriunda de la Ciudad de México.
De esta manera sucedió que quien finalmente atendió al cónsul cubano José A. Navarro, fue justamente el dueño de la casa, don Pedro Lozano, aquel carpintero de ribera que 32 años antes intervino con su empeño en la reparación del yate Granma. No le entregaron sin embargo el obsequio, porque la consigna estricta radicaba en poner el paquete en manos de Hilda Lucía. El caso simbólico estriba en que en ese fugaz encuentro de don Pedro con el cónsul cubano, de nueva cuenta se produjo una intersección, ahora entre el veterano carpintero de ribera y una revolución cubana ya madura.
Por fin cuando Hilda Lucía Bravo Bonilla retorno al puerto de Tuxpan le fue entregada en sus propias manos la gorra de campaña del legendario Comandante. También la invitaron junto con su familia a un pequeño convivio y a un paseo en un yate con un tremolante lábaro cubano. La niña que aparece en una de las fotos (la fotografía la tomó el esposo de Hilda, Jorge, uno de los hijos del carpintero) de ese paseo en la Semana Santa de 1989, hija de Hilda Bravo y Jorge Lozano, y que también se llama Hilda, recientemente, en diciembre de 2018 se tituló con una maestría en Arqueología por la UNAM.
El hecho es que de aquella manera puntual es como Fidel Castro cumplió al pie de la letra su palabra empeñada. No supo entonces, ni lo supo nunca, que aquella mujer mexicana que le solicitó la gorra de campaña, era la nuera de uno de aquellos hombres que trabajaron en octubre y noviembre de 1956 en la reparación del ahora célebre Granma. Todo esto quiere decir, si nos permitimos aislar la complejidad cronológica del asunto, que no sólo cumplió su palabra Fidel, sino que incluso hasta realizó una suerte de pago justo y providencial a través de las infinitas aleatoriedades del arbitrio del tiempo.
Por cierto que no se anclan en este punto las líneas conceptuales de esta historia insólita. Resulta que un sobrino de Hilda, de nueve años de edad, Carlos Toaki Lozano Bravo, le solicitó a su tía que le regalara aquella gorra de campaña. Hilda le respondió a su querido sobrino que si se la regalaba, con mucho gusto, cómo no, pero que se la entregaría el día en que cumpliera la mayoría de edad. Ese fue el pacto. En un parpadeo se cumplióel plazo estipulado de viva voz. Prácticamente al día siguiente de cumplir los 18 años, Carlos Toaki solicitó a su tía la entrega de la gorra. Fue un tanto curioso este proceso, porque a lo largo del lapso de espera, ni el niño, y luego el adolescente y finalmente el joven, nunca hizo referencia de la gorra, ni dio ninguna señal de ansiedad. Con este otro hecho, la gorra de Fidel llegó hasta las manos de un nieto de Pedro Lozano y con ello quedó establecido un vínculo prácticamente inmarcesible.
Ahora bien, Carlos Toaki es un joven más bien reservado, incluso discreto al extremo. Como ya comentamos es nieto de Pedro Lozano, digamos que el patriarca de la familia; y es hijo del tercer hijo de don Pedro, es decir de Carlos Lozano Medrano y su madre es Sara María Juana Bravo Bonilla. Así que ha sido más bien el papá de Carlos Toaki, quien se ha encargado de comunicar esta anécdota verdaderamente fabulosa a la comunidad.
Al promediar el mes de mayo del 2013 tuve la oportunidad de conocer a Carlos Lozano. Entonces yo trabajaba atendiendo un puesto de libros de ocasión, ofertas, saldos, emplazado en los márgenes de la avenida de los Insurgentes, en la estruendosa encrucijada de la vertiginosa diagonal de Monterrey y la calle perpendicular de Colima, en la colonia Roma. Carlos Lozano adquirió unos libros específicos de José Martí, y entonces me permití externar un comentario al respecto y de esta manera fue como se dio inicio una amistosa conversación que afortunadamente se ha prolongado hasta la fecha, 2019. En aquella ocasión comentó algo acerca de su señor padre en relación a la participación como carpintero de ribera en la complicada reparación del yate Granma, y además advertí que fue escrupuloso en referir con marcada especificidad la bibliografía que respalda la veracidad de su comentario. En su tono de voz noté el empeño consagrado a documentar con rigor objetivo este suceso. Y simultáneamente noté un hondo afecto al momento de articular la palabra Tuxpan. En otra visita que realizó a la librería, me refirió el suceso de la gorra que Fidel Castro obsequió a su cuñada Hilda. Por cierto que Hilda es dos veces cuñada de Carlos Lozano, ya que es hermana de la esposa de Carlos y es esposa de Jorge (Q.E.P.D.), hermano de Carlos. Sin embargo advertí en la naturaleza de su discurso que no asociaba de forma directa las dos historias, tanto la de la reparación del yate legendario, y por otra parte la ceremonia en Tuxpan en el año de 1988, donde Hilda Lucía en un arrebato de audacia logra aproximarse a Fidel y le solicita con ingeniosa agilidad que le regale su gorra de campaña.
Una vez llevó al puesto de libros precisamente la gorra de campaña color verde oliva e incluso me mostró el documento oficial que garantizaba la autenticidad del objeto. Por supuesto que me impactó ver esa pieza y claro está que al contacto con los ojos se desencadenó en mi imaginación todo el contorno rutilante del significado. Lógicamente no me calé en la cabeza aquella gorra de campaña, y ni siquiera tuve la más remota intención de hacerlo en la intimidad de mi albedrío. Pero si alcancé a distinguir la ráfaga de una historia eminentemente providencial por el hecho específico de que esa gorra que perteneció a una figura de talla legendaria, había llegado hasta el resguardo de un nieto de aquel carpintero de ribera que trabajó arduamente, junto con sus compañeros, en la reparación de unaembarcación sin imaginar que hendiría los épicos umbrales de la leyenda inmarcesible.
Luego, con Carlos Lozano Medrano realizamos algunas presentaciones para contarle al público la referida historia. Yo por mi parte narraba de memoria un texto redactado por Gabriel García Márquez, que es como un retrato en prosa magistral del comandante Fidel Castro. Y luego Carlos Lozano rodeado de libros sobre el tema de la Revolución cubana y con una selección específica de imágenes en una pantalla, realizaba un relato escrupuloso del suceso de Tuxpan en el año de 1956, y luego los pormenores de la ceremonia en Santiago de la Peña, en Tuxpan en 1988.
Esta charla la hemos ofrecido en diversos foros, como por ejemplo en la sede del Café La Tregua, frente al parque Cañitas, en Popotla; en el auditorio de la librería Urbe, en la calle de San Luis Potosí, en la Roma; en un estudio colmado de estudiantes en la UACM en el plantel de Tláhuac; y dos veces en la Feria de Libro de Ocasión que organiza el gremio de libreros. Y una vez hubo oportunidad de ofrecer la charla en Tuxpan, en Santiago de la Peña, en el Museo de la Amistad México Cuba, en el marco del aniversario de que zarpara el Granma. Es decir que esta plática se realizó en el mismo sitio donde Hilda logra aproximarse a Fidel y le pide que le obsequie su gorra.
Al día siguiente de esta presentación en el puerto de Tuxpan falleció Fidel, precisamente en noviembre de 2016. Hasta entonces yo abrigaba la esperanza de tener la ocasión de contarle al Comandante los pormenores de esta historia verdaderamente providencial. Ahora mismo considero que todavía se le podrá narrar a Eusebio Leal, que es el gran historiador de la Habana, la memoria viva y elocuente. El caso es que si ya no fue posible referirle esta historia a Fidel, pero si será factible comunicársela a todos los herederos de la Revolución cubana.
Recuerdo que en esta presentación en Santiago de la Peña también participó Hilda Lucía Bravo Bonilla, quien refirió de viva voz su experiencia en aquella ceremonia del año de 1988. Hubo detalles particularmente significativos en su narrativa como por ejemplo que no le dio el abrazo a Fidel. También fue muy enfática al describir el círculo pretoriano de la guardia impenetrable que cuidaba al Comandante, y que estaba constituido por puro hombre fornido, sumamente robustos.
Recién, en noviembre del 2018, Carlos Lozano presentó de nueva cuenta su historia en la ceremonia en el Museo de la Amistad México Cuba, en Tuxpan.
Me constan los empeños que ha realizado por buscar foros para compartir esta historia con el público. Y no obstante todas las dificultades, no claudica en el objetivo de su propósito. Lo amargo del asunto radica en toparse con la descomunal indiferencia de los funcionarios culturales.
También lo mueve una particular fascinación hacia la dimensión de los libros. Conoce a una buena red de libreros. Debe tener una procelosa biblioteca. Así fue como llegó al puesto donde yo trabajaba en las márgenes de la avenida Insurgentes. Otro dato sobresaliente en su persona además de preservar la memoria de su familia, es la de un inmenso amor por Tuxpan, el lugar donde nació. Es, en efecto, un orgulloso tuxpeño.
En una ocasión me platicó el año pasado, que lo ilusionaba el que nacería su primera nieta, y estaba esperanzado en que ganara la presidencia su candidato. Y la tercera ilusión era que el equipo de fútbol de México triunfara en el Mundial. Afortunadamente se le cumplieron los dos primeros deseos. Por lo que en el final de este texto le expresamos nuestras felicitaciones.