(Cuento con el que participé en un concurso para empleados de Televisa).
A finales de octubre de mil novecientos setenta y ocho, mi papá me habló por teléfono, le urgía que nos viéramos en Tuxpan.
Cuando iba en el A.D.O. subiendo por Indios Verdes, pensé, sin saber por qué, que iniciaba una nueva etapa.
Mi papá nos expuso la necesidad que alguno de mis hermanos, Gilberto –que trabajaba en Tampico-, Jorge –que estudiaba aquí en México- o yo –que también estaba aquí en el D.F., trabajando -, nos fuéramos para allá, le habían vendido un barco camaronero, para que lo fuera pagando poco a poco y que además del otro, que estaba a nombre de mi hermano Arturo, no les daría tiempo de atenderlo –en ese entonces trabajaban en el astillero-. A mí me interesó de inmediato la idea, pero debía consultar con mi esposa; como una especie de premonición en ese preciso momento, Sara María me llamaba desde México, rápidamente le expuse la idea, que también ella acepto con gusto. Así que sin más, decidí dedicarme a la pesca.
Llegué a Tuxpan junto con mi esposa, mi Marianita y muchas ilusiones a principios de febrero. Durante tres años luchamos y fuimos saliendo adelante, llegamos a tener tres barcos, el primero fue el “Princesa del Golfo VI”, luego el “Muni” y después el “Tres Grandes II”, barcos viejos, pero al fin nuestros.
Fue en el año 81, cuando nuestro gran Don José Presidente – aquel que luchó como un perro y dicen que lloró porque no pudo hacernos más pobres-, tomó la decisión, que le vendiéramos los barcos al gobierno, para después dárselos a las cooperativas pesqueras. Hoy se habla de fraudes; creo que sí, castigarán a algunos, pero será de alguna manera solo chivos expiatorios –aunque acepto que cruzados con ratones-. Para claro está, no reconocer el otro fraude, el ideológico y demagógico.
A partir de ahí iniciamos una etapa difícil a nivel familiar, existiendo hasta la fecha secuelas. Afortunadamente, diría yo, la naturaleza es sabia y en cualquier situación busca el equilibrio, y díganme si no, disminuían nuestros recursos, pero nos compensaba con más hijos, - Carlitos, Pedrito y Sari -. Yo creo que por eso los quiero mucho.
Las cosas van a cambiar, me repetía a todas horas, más, para convencerme a mí mismo, porque eran varios años luchando y no veíamos claro. Sara María se hacía bolas con lo poquito que le daba, los niños iban creciendo y no era mucho lo que les podíamos dar, eso sí, cariño y frijoles nunca les faltó. ¡Benditos frijoles y benditos niños!, los unos para los otros, como ahora dice el comercial ¡si combinan! Época de lucha, en que el hambre y nuestras ilusiones jalaban cada quien por su lado, poniéndole sabor al caldo y evitándonos, sin lugar a dudas, el aburrimiento.
Por aquella época, aún con nuestros problemas, poníamos nuestro granito de arena para buscar mejoras a Santiago de la Peña, Congregación donde vivíamos, logramos algunas cosas buenas para el pueblo, pero algo que en especial recuerdo, es cuando los vecinos nos organizamos para alumbrar la calle Riva Palacio. Marianita – andaba cerca de los nueve años – percibía y resentía nuestra precaria situación económica y yo queriéndole dar ánimos, una tarde que estábamos sentados en las escaleras de la casa de mis papás y precisamente cuando algunos de los vecinos prendieron las lámparas que recién habíamos puesto, la llevé al centro de la calle y le dije.
- ¿Cómo ves la calle con el nuevo alumbrado?
Y ella me dijo:
- Se ve bonito
Entonces aproveché para decirle:
- Estas, son algunas de las cosas que hace tu papá
Y tranquilamente me replicó:
- Está bonito, pero no ganas dinero.
No me cabe la menor duda, que me movió el tapete. En ese momento – tomen nota los historiadores -. México perdió a un luchador social. No me quiero justificar pero a veces el hambre y las limitaciones le ganan a nuestras ilusiones.
Hace tres años y medio que regresamos a México, gracias a los amigos, en cuestión de días entré a trabajar; todavía no está resuelta nuestra situación, pero mientras hay vida hay esperanza, y que caray, a veces pienso que no deberíamos quejarnos, tenemos Pacto – y no con el diablo -, leche de la Vacasupo, limusina naranja – Metro -, la charola del proletariado –abono del transporte- y representantes populares con Rolex – para que cuando levanten el dedo, muestren cuando menos algo de valor -.
Y aún así, ya no como manzanas.
A lo mejor les pareceré desagradecido, pero pensándole un poco, posiblemente me den la razón:
¡Tan bien… que estaríamos en el paraíso!
EL PESCADOR
(12.Julio.1990)