Por: Carlos Lozano Medrano.
Extracto del capítulo: “Sobre Dios, religión y la filosofía” del libro: “Einstein entre comillas”, selección y edición Alice Calaprice.
Todo investigador serio de la Naturaleza posee una especie de reverencia religiosa porque le parece imposible imaginar que él o ella, sea la primera persona en concebirlos en extremos delicados hilos que gracias a su percepción, entreteje y conecta.
Así como nuestras experiencias internas e íntimas están constituidas por la reproducción y combinación de impresiones sensoriales, así mismo el concepto de un alma sin cuerpo me parece vacío y sin sentido,
No puedo concebir un Dios íntimo y personal que tiene injerencia directa sobre los actos del individuo. Mi religiosidad consiste en una humilde admiración por ese espíritu infinitamente superior que se manifiesta en lo muy poco que…alcanzamos a comprender de la realidad.
Todo está determinado… por fuerzas sobre las que no tenemos ningún control. Tan determinado para un insecto como para una estrella. Los seres humanos, los vegetales o las partículas cósmicas… todos bailamos al ritmo de una tonada misteriosa que toca en la distancia un gaitero invisible.
Creo en el Dios de Spinoza que se manifiesta en la armonía de todo lo que existe y no en un Dios que se ocupa del destino y los actos del hombre.
Opino que es justamente la función del arte y la ciencias la de despertar este sentimiento cósmico-religioso y la de mantenerlo vivo en aquellos que estén dispuestos a recibirlo.
Sostengo que el sentimiento cósmico-religioso es la motivación más fuerte y noble de la investigación científica.
No puedo imaginar un Dios que premia y castiga a los objetos de su creación, cuyos propósitos imiten los nuestros, un Dios, en pocas palabras, que no sea más que el reflejo de la flaqueza humana. Me basta con observar el misterio de la vida consciente perpetuándose por toda la eternidad, me basta con pensar en la maravillosa estructura del universo que apenas si alcanzamos a medio vislumbrar y con intentar, humildemente comprender siquiera una parte infinitesimal de la inteligencia que se manifiesta en la naturaleza.
Entre las mentes científicas más profundas es muy difícil encontrar una que no posea un sentimiento religioso propio. Pero se trata de una religiosidad distinta a la del hombre ingenuo. Para éste último, Dios es un ser del que espera algún beneficio y cuyo castigo teme; la sublimación de un sentimiento similar al que tiene una criatura por su padre.
¿Qué sentido tiene la vida del hombre o, para el caso, la vida de cualquier criatura?. Tener respuesta a ésta pregunta implica ser religioso. Se me pregunta: “¿Acaso tiene sentido hacer la pregunta?”, contesto ”¿La persona que considere que su propia vida, así como la de todos sus congéneres, no tiene ningún sentido, no será solo infeliz sino que a duras penas está preparado para la vida”.
Toda persona que se involucre con seriedad en la búsqueda científica, termina por convencerse de que en las leyes del universo se manifiesta un espíritu, un espíritu inmensamente superior al hombre…Así las cosas, la búsqueda científica conduce a un sentimiento religioso de tipo especial que es, en efecto, muy distinto a la religiosidad de un ser más elemental.
La fe en la posibilidad de aquello que con certeza regula la existencia es algo racional, es decir, que lo puede entender la razón, pertenece [al ámbito de la religión]. No puedo pensar en ningún científico genuino que carezca de esta fe profunda.
La ciencia sin religión cojea, la religión sin ciencia es ciega.
La fuente principal de conflicto entre el ámbito de la religión y el de la ciencia, hoy por hoy, reside en la noción de un Dios personal.
En su esfuerzo por llegar al bien ético, los maestros de la religión deben tener la altura que se necesita para renunciar a la doctrina de un Dios personal, en otras palabras, renunciar a esa fuente de terror y esperanza que en el pasado ha depositado tanto poder en manos de los sacerdotes.
Mientras más lejos llega la evolución espiritual de la humanidad, más convencido estoy de que el camino que conduce a una religiosidad genuina no es el del miedo a la vida y el miedo a la muerte y la fe ciega, sino el del esfuerzo que implica intentar el conocimiento racional. (continúa)…
(ICTU / septiembre-2020).