Cada cabeza es un mundo, pero todos estamos en uno solo.
Podríamos emplear el ejercicio de pensar en los demás y saber que cada cosa que hacemos tiene consecuencia.
Cada cosa que hacemos, quizá alguien más la observa. No podemos imaginar el alcance de nuestras acciones sobre los demás. Pero podemos detenernos a reflexionar antes de accionar.
Definitivamente si vamos aferrados a que cada cabeza es un mundo, corremos el peligro de perdernos en conocer otros mundos. Corremos el peligro de no aprender de ellos o de ser ayuda y bendición.
Creo que uno de los mayores problemas de nuestra sociedad es el egoísmo. El egoísmo se potencializa ante una mirada hedonista.
Si tomamos conciencia de que no estamos solos. Que quizá nuestras acciones influyan, tanto como una sonrisa que le puede cambiar el día a alguien más.
El “por favor”, “gracias”, etcétera, puede hacer sentir a alguien más especial y apreciado.
A veces por la vida ajetreada que llevamos, nos olvidamos de los que nos rodean; de ser amables, o simplemente, como te digo, un Gracias, o un “con permiso”.
No estamos solos. Sí, cada cabeza es un mundo, pero no nos olvidemos que juntos estamos en uno solo. El pescado que tenemos para la comida, fue producto del trabajo de muchos otros más; un proceso largo hasta llegar a nuestra mesa.
Teniendo en mente la importancia de cada persona en este mundo, podríamos aprender más a apreciar a los demás, más que simplemente “mi mundo”.
