Cuando el extraordinario intelectual Enrique Krauze, publicó una obra con el título “democracia sin adjetivos” se despertó un intenso debate. En primer lugar, porque ponía a la democracia como la esencia de cualquier proyecto de desarrollo nacional. Eran tiempos autoritarios y de una paradoja entre los gobernantes y algunas oposiciones: el poder vigente se proclamaba heredero de la revolución mexicana mientras que cierta oposición exploraba supuestas vías revolucionarias para acceder a él. En el fondo ambas fuerzas renegaban de la democracia o apelaban a ella por mero formulismo. Cierta histeria les producía que no se agregara los términos popular o nacionalista a la democracia. Para ambas concepciones los asuntos electorales eran un asunto menor. Fue hasta el año 1994 que empezó a tomar forma un sistema electoral digno de ese nombre, con organizadores autónomos, transparencia en el recuento de los votos y condiciones más o menos equitativas en la competencia partidista. Es sintomático de las ideas hegemónicas en la oposición que el principal partido de izquierda se llamara “de la revolución democrática “, en sí mismo una contradicción en su nombre; es obvio que la revolución no puede ser democrática. Con la transición democrática ocurrida en nuestro país hemos tenido la oportunidad de vivir alternancias partidistas en todos los niveles del poder ejecutivo. A las incertidumbres e inestabilidad normales en los cambios de siglas, figuras y visiones, hay que agregar resultados más importantes en Estado de Derecho, autonomía de los poderes, federalismo, transparencia y eficacia gubernamental. Deberíamos haber aprendido que solo en democracia es posible alcanzar un nivel aceptable en el ejercicio de las libertades, en el desarrollo social y en la aplicación de la justicia. Democracia como voluntad popular expresada mediante los votos libres, como sistema político, como forma de vida, como la única manera de procesar la pluralidad de nuestra sociedad. Ser demócrata con todos sus alcances nos define ante lo colectivo y la vida pública. Ser demócratas supone ser ciudadanos plenos, en ejercicio de derechos y obligaciones, asumir las formas civilizadas de dirimir las diferencias y anteponer el diálogo y las razones en la convivencia social y política. Se pueden pretender transformaciones, restauraciones y todo tipo de cambios, pero siempre se tendrá que ser claro en la relación con la democracia. Se asumen o no las reglas democráticas. Es la base y esencia en la conducta de la ciudadanía, en los funcionarios, legisladores, partidos, lideres, es decir, en todos. Se puede jugar determinado papel en la sociedad, pero será indispensable observar el apego a la democracia. Es normal que se quiera agregar algún tipo de adjetivo a ciertas posiciones que tienen que ver con la democracia. Eso tiene que ver con concepciones y perfiles en los liderazgos. Corresponde a los niveles culturales y convicciones de los actores políticos. Siendo clave lo que hagan al respecto los políticos, no se debe omitir al ciudadano. Los gobernantes son la expresión directa de la sociedad. No hay gobierno malo y pueblo bueno; el primero es como es de acuerdo con la participación o no de la gente.
Siendo fundamental no es lo electoral lo único que importa en la democracia, hay mucho más. Es indispensable contar con elecciones libres como fuente de los poderes públicos, abrir los mecanismos de la participación ciudadana en la rendición de cuentas y vivir con la absoluta certeza de que puede y debe haber alternancias en el poder. Son los requisitos esenciales de la vida en democracia: Lo público es abierto y social. Un tiempo están unos, otro tiempo están otros. El poder no pertenece a un partido o líder alguno. Las leyes rigen la vida social. No hay clientelismo ni corporativismo.
Estos son tiempos de comparación entre lo que teníamos hace 30 años, lo que avanzamos en años recientes y lo que somos ahora en materia democrática. Tendremos que decir si estamos bien, si no existen amenazas a nuestra democracia y qué hace falta. Es obvio que no se deben permitir retrocesos, que hay que cuidar lo que tenemos y seguir adelante por la ruta democrática, la única forma de vivir en paz y con desarrollo social.
Recadito: La degradación del partido en el poder local es impresionante y vergonzosa.
Democracia sin adjetivos
Uriel Flores Aguayo