Autor: Prof. Gilberto Tejeda Salazar.
Es la ancianidad sin duda,
gran pesar en el humano,
cuando el cuerpo poco sano
ya no encuentra cura alguna.
De no contar con ayuda
la pena se hace mayor,
priva en el alma el temor
de un abandono total,
implora uno el final
a Dios nuestro gran Señor.
Y si a esto le agregamos,
que llega uno a incomodar,
se pelean por no cuidar
al enfermo entre hermanos
cuando más necesitamos.
Siente uno decepción,
todo es desilusión,
pues nos ven como una carga,
la pena no les embarga,
no nos tienen compasión.
Ya de que sirve vivir,
por muchos hijos que tenga,
no hay uno que te entretenga
y que te haga sonreír,
lo mejor es ya morir.
Se ansía un humano calor
con un poquito de amor,
que atenúe tu gran pena,
todo es como una condena
que produce gran dolor.
Qué triste es la realidad
yo no soñaba con esto,
deseaba morir de viejo,
mimado en mi ancianidad
pleno de felicidad.
Les digo: tengo que irme,
solo quería referirme,
a mis hijos los ingratos
pues con tantos malos tratos
es preferible morirme.
